jueves, 23 de enero de 2020

En el Parque 1


La vi de lejos, apoyada en su coche.

Y fue precisamente este, el que me certificó que era ella. Porque nunca antes la había visto. Conocía su forma de expresarse, mediante escritos, su voz, por teléfono. Pero no su cara ni su tipo.
Pero aquella matrícula, y el modelo de automóvil, se correspondían con lo pactado.

Era muy hermosa, estilizada, alta, y, aunque no veía sus ojos, escondidos detrás de unas amplias gafas de sol, me estaba mirando. Lo adiviné por la sonrisa que se dibujó en su rostro mientras mi coche se acercaba. Claro, ella también estaba certificando el color y la matrícula de mi vehículo. Y todo encajaba.

Me detuve a su lado y con agilidad presionó el cierre de la puerta, sentándose a mi lado.
Cuando sus gafas se levantaron hacia su frente y pude ver su mirada, ya no tuve ninguna duda: me gustaba 

Me gusta ella, y como me miraba, su chispa, su forma de hacerlo, me entraba hasta lo más profundo…
Y claro, me gustó aún más aquel beso. Profundo, suave, sin demasiada presión en el roce de labios. Pero largo, sostenido, diáfano, con ambos labios entreabiertos y con la respiración compartida. Llenándonos del aire ajeno, y sintiendo un escalofrío por todo el cuerpo.

Nos dirigimos a un parque cercano. Aparcamos el coche y empezamos un corto paseo. Uno al lado del otro, lanzándonos miradas turbias de vez en cuando, cada vez más llenas de deseo. Mientras nuestras bocas, ansiosas la una de la otra, se entretenían en hablar de cosas mundanas, de pequeños detalles para poder saber lo justo de cada cual. Alguna preferencia, el tiempo, comentarios sobre la primavera… las flores, el calor…

Un banco en un lado un poco discreto, bañado de rayos cálidos del sol que lucía.
Nos sentamos. Y se levanta las gafas y empezamos a mirarnos detenidamente, sin hablar, solo dejando que nuestra respiración se acelere. Sintiendo esa sensación de que el aire que exhalamos de nuestros adentros toma cuerpo y acaricia, recorre el cuerpo ajeno. Lo dibuja, entreteniéndose en cada curva, en cada pliegue.
Sin mediar palabra, solo dejando que sea el aire caliente que brota de nuestras bocas quien ponga la música y la acción a la escena.
Hasta que se adelanta ligeramente hacia mí, acercando su rostro. Y yo acerco el mío; de  nuevo el contacto de nuestras bocas. El baile de nuestros labios. Ella con un brazo apoyado en el respaldo del banco, hacia detrás de mi espalda. Yo con una mano apoyada en su pierna, por encima del jeans de pitillo, subiendo despacio, hacia sus ingles.

Ella que pone su mano sobre la mía, me detiene. Pero no quita su mano de encima de la mía y me acaricia; entre tanto   juego con sus dedos, presionándolos.

Seguimos conversando ahora; con frases entrecortadas, absurdas hasta en su contenido.
Las interrumpimos con algunos besos más. Cada vez más seguidos, más intensos, mezclados con miradas furtivas alrededor.

Una madre con una niña que sostiene un globo pasa cerca, un hombre sentado en otro banco levanta una “xibeca” y se zampa un trago largo, mientras el empleado de la limpieza de parques y jardines que, más que barrer, se apoya en la escoba y se mueve lentamente.

Y mi boca que pronuncia:

-Nos queda muy poco tiempo.., vamos